miércoles, 13 de noviembre de 2013

Futuros ilustres




FUTUROS ILUSTRES

Una vez en el salón de su nueva amiga y protectora, y a pesar que solo era una niña que bailaba bolero, tuvo la oportunidad de conocer a algunos de los personajes más famosos de la época. El primero de ellos fue Talleyrand, ese gran hombre que está destinado a pasar a la posteridad como uno de los más portentosos equilibristas que recuerda la historia. Su hazaña fue sobrevivir a lo que voy a enumerar a continuación y haciéndolo junto a los que ostentaban el poder: primero, a la Revolución; después, a la caída de la monarquía; luego al Terror  y luego al Directorio, y más tarde a la era napoleónica, para cavar como un hombre fuerte de la Restauración monárquica.

Por todo esto termino tullido. Otros dos de estos singulares hombres que tuvo la fortuna de en la casa de la condesa Genlis fueron Mirabeau y La Fayette. El primero realmente no gozó, en un principio, de sus simpatías, puesto que, él se fue en contra de Federico Cabarrús cuando dio la idea de fundar el Banco de San Carlos, tachándolo de “corsario económico’’. 

El segundo personaje en cambio Monsieur de La Fayette, las gozó todas. Y hay que decir que si el primero era terriblemente feo y picado de viruela de modo atroz, el segundo, ya desde el primer día en que lo conoció se le hiso muy apuesto. Por aquel entonces, y a pesar de las advertencias del señor Motarin, ella andaba embarcada en todo tipo de lecturas románticas. Los amores de Pablo y Virginia, del abate de Saint-Pierre, por ejemplo, o los de La nueva Eloísa, del señor Rousseau, y lo cierto es que la visión de La Fayette era un goce para la vista. Muy distinguido a pesar del color rojo fuego de su cabello, estaba casado con una de las mujeres más ricas e importantes de Francia y paseaba por los salones con la seguridad que da el dinero y la gallardía  que otorga la belleza.

Por último, el tercero de los personajes notables que habría de conocer en aquellos felices tiempos ‘’antes del diluvio’’  pertenecía a su mismo sexo y era solo siete años mayor que ella. Me refiero a Germanie de Staël, más tarde famosa mujer de letras y autora de obras tan célebres como Corinne. Por aquel entonces (tendría ella unos veinte años), ya demostraba con creses sus ansia de brillar a toda costa. Lo curioso del caso es que, a primera vista no parecía contar con demasiados atributos para lograrlo. Era huesuda, de facciones toscas, equinas, con manos grandes y decididamente hombrunas. Sin embargo cuando uno se acercaba un poco más, dos  factores contribuirían a desdecir aquella primera impresión. Uno eran sus ojos, de una viveza y profundidad poco común, y el segundo era aún más imbatible: me refiero a su conversación. Y es que y es que Germanie de Staël, que pasaría a la historia como una de las mujeres más inteligentes de su época, era rápida, ingeniosa y muy mordaz. Más tarde se diría que ella encarnaba a la perfección el romanticismo avant la lettre de la época.

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